20 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (I)

Eran las 6 de la tarde, estaba perdido en medio de ningún sitio, en un aeropuerto, con una niebla que no me hacía ver más allá de mi propia nariz. Ella me acompañaba, pero no me acompañaba más que en su presencia, pues no me apoyaba. Al contrario, estaba helada, como yo lo estaba.
Llegó la hora del embarque y ahí no se movía nadie, nadie en el mostrador, nadie en el aeropuerto nos daba una respuesta. La hora de partida del avión y todo eran rumores, que si una huelga encubierta, que si nos quedábamos ahí dos días más, que si el aeropuerto no tiene luces de niebla, que si mi primo tiene un amigo que tiene un sobrino que el perro le ha dicho al gato que los aviones con niebla no vuelan...

Ella estaba presente pero ausente, dudo cada día, porque ella no me da la seguridad que necesito. Con ella todo es precariedad, todo tiene suma gravedad. Nos parecemos en eso, por eso, me daba tanto miedo seguir adelante, porque ella no me prometía algo a largo plazo. Me daba el presente, el momento. Eso que le pedí hace tiempo. Pero ahora tenía otras necesidades.
Las personas a veces simplemente necesitamos que nos den seguridad, ni sexo, ni amor, ni besos, ni conversación... simplemente algo a lo que abrazar y sentirnos seguros, algo que nos transmita ese “todo va a salir bien” de las películas. Eso me hace pensar que el hombre por si sólo no es nada. Que ahí está su fundamento de ser social. En que necesita del otro para sobrevivir, para no caer en la desesperanza y despeñarse.
Por otro lado, mi reflexión de mis días de viaje era algo así como “esto pasa en España y la que se arma”. Pues bien, fuera de España, en el primer momento compartido con españoles, se armó. Todo el mundo sabe algo. La gente es muy “lista”. Siempre tiene que dar su opinión, ¿dónde queda la prudencia? ¿dónde queda el respeto, el confiar en el otro? Aunque esta situación era indignante, los españoles estaban ya exaltados desde mucho antes. Vociferando aunque no pasara nada. Perturbando la calma que traía de Europa, el estilo europeo del que deberíamos empaparnos a veces en vez de querer hacer bandera del botellón, el lazarillo ladrón y de la ignorancia idiomática. Amo a mi España, pero no podemos quedarnos en Bienvenido Mister Marshall, y lo siento, pero así nos comportamos.
En esos momentos, sin embargo, recordé las leyes de Murphy, esa de “cuando crees que las cosas van mal, tranquilo, que pueden ir peor”.

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