29 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (y VII)

Dos horas de búsqueda. Por cada curva, por cada cuneta, por cada refugio donde pudiera estar acostado mi coche. Con ayuda lo encontramos, ahí estaba, “como nuevo”, abrimos el capó... todo quemado. Un nuevo problema. Un nuevo grito, un nuevo enfado. No podía más, sólo quería que alguien me abrazase y me dijera que todo iría bien. Pero no tocaba hoy. El de la grúa quedó atónito al ver el estado en el que se encontraba el coche... era un milagro que no hubiera salido ardiendo. Un milagro que él siguiera vivo y que encontrara a alguien en medio de la nada... pero que pocos recursos... se tenía que acabar esto. Había que tomar decisiones urgentes. Que miedo me daba. 6 de la tarde, hora de descansar... al menos de momento.

Alguien me dijo que nunca te fíes de los momentos de prosperidad pues tras esos espacios de tiempo vienen siempre momentos de declive. Que tras una aparente calma llega la tempestad. Es decir, el famoso refrán castellano “Después de la tempestad llega la calma” dado la vuelta. En realidad me vino a explicar que ambas direcciones del refrán son correctas. Que la vida es cíclica, con altos y bajos. Y que uno no se puede fiar de los momentos de felicidad como no te puedes dejar llevar por la corriente de momentos negativos.
También aprendí que de todo momento negativo se aprende, se crece, que algo positivo se puede sacar y que lo que no te mata, te hace más fuerte. No es un tópico para mi, es realmente una necesidad creer en esto, para no caer en la desesperanza. Y de verdad que me lo creo, igual que creo en un Dios o igual que creo en mí mismo, creo que de lo malo se puede salir fortalecido y que algo aprendo. Aunque evidentemente lo malo que viene no se trata de un castigo divino para que aprendamos, para que no nos relajemos... pues ese sería un dios sádico (con minúsculas pues no es un dios verdadero) en el que no puedo creer. No hay castigo para el hombre por su maltrato al mundo, a su cuerpo, a la vida... al contrario, sólo hay palabras de esperanza.
Milagros. Un milagro es algo sobrenatural. Acostumbramos a decir muchas veces en nuestra vida algo así como “es casi un milagro”, “estamos aquí de milagro”... Quizá el milagro se ha hecho cotidiano. Yo viví un milagro el día que encontré a mi padre. El lo vivió pero al salir vivo de ese coche.
Se podía haber evitado sí. Si yo no le dejara ir al aeropuerto o coger un coche. Si él fuera consciente de sus limitaciones. Si mi madre me hiciera un poco de caso. Si él no hubiera bebido durante años y hubiera maltratado su cuerpo...Las cosas no suceden porque sí. Suceden por una razón. La razón era que yo tenía que dar un paso al frente y decir: “Se acabo”. A partir de ahora las cosas deberían cambiar. Debería darme cuenta de que me necesitan y yo a ellos. Y eso implica cuidar de ellos. Mi razón son ellos.

Con esto acabo con este serial tan pesimista en ocasiones. La próxima vez que escriba prometo ser más positivo.

28 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (VI)

Buscamos el coche, sin éxito, y lo dejamos para el día siguiente, o para que la policía lo encontrase perdido. Dormí apenas 2 horas, daba vueltas: el coche, el viaje, mi padre... sobretodo eso, mi padre, no se puede seguir así. Tenía que cambiar eso. Mi ídolo ahora era un guiñapo, una sombra de el mismo. Llamé al jefe, no podía ir a trabajar tras esa noche. Tenía mi coche perdido. Y a mi padre, perdido, pero en su cama. Hablé con él, le dije que no podía seguir así, que iríamos al médico, que se acabó la cerveza. Nunca sentí tanta indiferencia como la que él me dio. Él no tenía ningún problema. Al menos eso decía. Llamadas de desesperanza, nadie sabe nada. Intentar retomar mi vida anterior. Mal día para hacerlo. No tenía ganas de comer. Conversaciones con la gente: esto no podía seguir así. Me tocaba coger la responsabilidad que durante años había esquivado. No quería ser adulto, quería ser niño y jugar con mis Lego, y sobretodo sentarme en las rodillas de mi padre...
Todavía recuerdo el dolor de cabeza de ese día. La incertidumbre de verte sin nada de la noche a la mañana. De pensar que tienes las cosas perfectamente ordenadas y ver que en realidad todo es tan frágil... todo el universo esta en un equilibrio imposible para que todas las canicas que llamamos planetas giren perfectamente. Esta es para mi una prueba inequívoca de que hay un Dios: que el equilibrio se mantiene y es porque está Él vigilando las canicas para que todo vaya según lo previsto. Para que todo ruede, para que las cosas marchen.
Sin embargo, en ese momento la pequeña parte del mundo que a mi me tocaba se resquebrajaba sin que nada pudiera hacer para evitarlo. Todo entraba en desorden. Y a mi no me gusta el desorden en mi vida, me pone histérico, me inmoviliza para lo útil. Y no sabía que hacer para remediarlo.
Él ante mis palabras mostró indiferencia... ni una pizca de ayuda al que sufre por él. No había creído nunca que alguien no fuera consciente de sus problemas, que no se diera ni cuenta de que algo pasaba. Pero es real. Lo tenía delante mío. Y mi sensación era de impotencia... por un momento tuve ganas de partirle la cara. ¿Realmente alguien puede ser capaz de estar mal y pensar que todo va bien? Eso si que me preocupa y no lo que tenga. Ayer se lo dije: uno tiene que ser consciente de sus propios límites, sentirse limitado, caer para aprender, bajar a los infiernos para entonces sí, subir a los cielos. Para curarse uno tiene que primero darse cuenta de que está enfermo.Ante esto, yo y mi carácter, sólo podemos rebelarnos ante algo que realmente me parece que desafía a la lógica, a la dignidad humana como es que tu propio cuerpo diga no y tú digas sí. Por eso pierdo la paciencia y pensé en esos momentos en mis días en Cantabria en aquél caserón en el que mi padre y yo eramos uno. Y donde estarán esos tiempos y esos recuerdos... tan perdidos... ¿habrá olvidado todo aquello?

26 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (V)

Y ellos lo tenían, le habían encontrado. Corrí 3 largos pasillos hasta él, le abracé y sólo me dijo, con voz quebrada: “Tu coche se ha averiado”. Estaba en shock, fuera totalmente, olía a quemado y llevaba la camisa por fuera. Si no fuera mi padre pensaría que era un vagabundo. Pensé que estaba muerto. No me importaba que me dijera que mi coche estaba literalmente “desaparecido”. El sólo llevaba 15 minutos ahí, y yo 3 horas dando vueltas buscándole... andaba lento pero no tanto. Se había perdido, había perdido hasta la cabeza, pues no sabía yo creo ni que hacía allí. Le cogí de la mano y le llevé al coche del vecino, como si fuera un niño pequeño, de paseo con su padre, sólo que él era el niño y yo el padre.
La imagen fue totalmente impactante. Un hombre derrotado. Durante las horas de búsqueda llegue a desilusionarme muchas veces. Realmente me parecía un milagro haberle encontrado con todo lo que podía haber pasado.
Es muy duro tornar los papeles. Desde entonces él es el hijo y yo el padre. No creí nunca que fuera tan pronto. Me está tocando muy joven asumir este papel. La mayoría de la gente tiene que hacer esto con mucha más edad. A mi me esta tocando hacerlo en medio de la veintena. ¿Cómo me siento? Realmente estoy confuso todavía. Estoy en una posición desconocida para mi, en un papel que además he evitado durante años. No tomar una decisión es una manera irresponsable de actuar pero era la más cómoda para mi: evitaba enfrentamientos, evitaba responsabilidades, vivía mi vida, y hacía para el resto del mundo como que todo era normal. No quería ser especial en este aspecto.No tengo mucho tiempo para reflexionar hoy. Ya me gustaría entrar más a fondo... pero tengo que marcharme y sin embargo, no quería dejar pasar este día.
Ahora prefiero recordar ese abrazo, como el abrazo más sentido que he dado en mucho tiempo. De algo malo siempre podemos sacar algo bueno...

25 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (IV)

10 años trabajando en dicho aeropuerto parece que no sirvieron para nada. No somos nadie. Desobedeciendo todos mis consejos mis padres se habían propuesto acabar el día a lo grande. El móvil de mi padre no estaba encendido, craso error en la era de las telecomunicaciones. Una hora esperando desesperado, pensando en lo peor. Cogimos un taxi y fuimos a casa. Pero no le podía dejar tirado... llamé a un vecino, 3 de la mañana ya, y corrimos al aeropuerto. 26 llamadas perdidas de mi madre a mi padre. El número de lagrimas derramadas no son tan fáciles de contar. Vueltas y vueltas, carreras, sustos, gente que no te quiere ayudar, y gente que te dice: “¿todavía no le has encontrado?”. Y poca esperanza: “yo no quiero ser pesimista pero sin quererlo me pongo en lo peor... 3 horas y no ha llamado a nadie, no se le ve por ningún lado...” No aparecía por ningún lado y desesperanzados nos dirigimos a denunciar su desaparición...
Hoy este relato quizá no tenga sentido, pues yo se como acabo el día. Pero recordar esos momentos me hace tener dos sentimientos: ira y pena.
La ira es propiciada por mi propio egoísmo. Por el egoísmo del sentir que no te hacen caso, de sentir que están en otro planeta al tuyo. Del sentir que si uno no hace las cosas por sí mismo, no salen bien. Es auténtico egoísmo, propiciado por la desconfianza en los demás. Como si los demás tuvieran que pasar por tu filtro de corrección, que define lo que es bueno y es malo, lo que vale y lo que no,... un extraño juez del bien y del mal. Esa ira me hace pegar gritos, vocear, llorar, descontrolarme por completo. Ira por sentir la impotencia de no poder hacer nada ante lo que se ha hecho mal. Tantas veces digo eso de “si yo fuera tú, si yo hubiera actuado, yo habría hecho...”. Fácil decir, difícil hacer.
La pena se siente porque la situación era realmente dramática a la vez que esperpéntica. En pleno siglo XXI con todas las facilidades que tenemos, con los avances que hay, dos personas estaban parcialmente perdidas buscando a otro totalmente perdido. Y además, conociendo la situación de la persona totalmente perdida, que estaría desubicada, incapaz de dar señales de vida porque no se le ocurre, le pasaría cualquier cosa, pues su cuerpo no es lo que era, y su cabeza aún menos... realmente, pena por saber que tu padre estaba dejando de ser tu padre. Y pena porque sabiendo esto, no sabías donde estaba.
Por otra parte, recuerdo el sentimiento de indignación que tenía porque la gente no mueve un dedo por nadie. La verdad quiero ponerme en su lugar para saber como reaccionaría yo ante una persona desesperada por encontrar a su padre como yo. Nadie en el aeropuerto me echó una mano. Hubo gente que al menos se interesó, pero viajeros. Ningún trabajador del aeropuerto quiso saber nada de mi historia. Ni siquiera accedieron a que yo les diera un número de móvil por si acaso le veían. Es indignante que nadie, absolutamente ningún trabajador, ponga nada de su parte. En ese momento no tenía ganas de cargar contra nadie, pero realmente hay que ser indeseable para abandonar tus propias obligaciones, dedicarte a simplemente pasar la noche sin mover un dedo, pudiendo hacer un bien tremendo, hacer feliz a una persona desesperada. Realmente me di cuenta de lo hijo puta que es esta sociedad, con poquito uno puede hacer feliz a alguien, aunque sea con un gesto como algún viajero dándome tranquilidad y esperanza, sin embargo, quien debe tener responsabilidades, quien tiene más poder, no le importas. La caridad está en el pueblo, en lo llano, no en quien tiene responsabilidad. En mi trabajo me doy cuenta también de esto, que la ley del mínimo esfuerzo, del pasar de todo, está a la orden del día. Sorprendido estuve también... ¡qué de gente duerme en un aeropuerto! Había viajeros... pero había también muchos mendigos. Por un momento soñe con La Terminal de Tom Hanks... Mucha gente sin nada en un aeropuerto... un lugar de fluctuación, donde nadie es y nadie está, a nadie importas pues siempre estás... de paso.

22 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (III)

Llegar a mi casa era mi obsesión, fue llegar al nuevo aeropuerto y montarme en el avión, corriendo, como fugitivos en una correría nocturna, pero en un aeropuerto cerrado a cal y canto. Otro idioma y otro trato del personal de la compañía asqueroso. El vuelo transcurrió sin problemas, la extranjera que tenía al lado tenía un algo, que me hacía mirarla compulsivamente.
Ganas de cambiar simplemente. Al llegar a mi aeropuerto suponía que se acababan mis problemas, respiré aliviado. Nada más lejos de la realidad. Mi padre, cada día más viejo, más senil, más despistado, había cogido el coche para recogerme –bonito detalle- pero sin más ayuda que su propia mala cabeza.

Uno siempre desea lo que no tiene. Te provoca un extraño placer. Llevaba 5 días con mi novia y no había tenido ningún problema. Sin embargo, yo soy realmente insaciable, una maquina... siempre lo digo: me encantan las mujeres. No puedo dejar de mirar. Puedo ser fiel, eso creo que ya me lo he demostrado a mi mismo incluso, pero no podré dejar de mirar a otra mujer y sentir algo, aunque sea simplemente atracción, pensamientos raros, morbosos, de todo tipo... a veces pienso si esto es un problema o es normal. Supongo que depende de a donde te lleve todo eso... si eres capaz de hacer cosas de las que luego te arrepentirías, supongo que es malo. A mi no me ha llevado a ningún sitio donde no haya querido. En ese sentido, todavía me controlo.
El miedo existente es el de perder todo por un momento de locura. Un amigo mío tuvo ese momento y consiguió meses más tarde recuperar lo que realmente quería. Pero, nunca sabes cual es el camino correcto. Siempre corres el riesgo de saber que es lo otro, y si te estás perdiendo algo mejor. Yo supongo que en ese caso, mejor que el miedo atenace las piernas... porque mejor malo conocido...
Mi padre. Supongo que no fui consciente de sus problemas hasta esa misma noche. O al menos de hasta donde había llegado. Había malvivido durante los últimos años, había bebido mucho, no había hecho deporte, había perdido sus amigos, había olvidado sus hobbies y todo aquello que le gustaba. Supongo que si yo tuviera esa vida no sería muy feliz. El no parece muy feliz. El parece más bien infeliz, que cada día que llega al sillón de casa espera las horas hasta irse a dormir. No tiene objetivos más allá del mismo día... y además, no le preocupa no tenerlos.
Era un conformista y por eso, yo nací rebelde, intranquilo, perfeccionista... en contraposición a él, en contra de esa vida sin aspiraciones. Por eso, yo no puedo renunciar a los ideales que matan mi realidad y me hacen infeliz. Son dos caminos de infelicidad: el primero no tener objetivos en la vida y dejar pasar los días sin más, el segundo es buscar tener sueños y llorar cuando no salen. Ese dilema también lo tengo presente en mi vida.Me doy cuenta de lo dualista que soy en mi vida. Recuerdo que me dijo alguien alguna vez, de que la vida no es blanca ni negra, sino que entre ambos hay una infinita escala de colores: de rojos, verdes, naranjas, amarillos, violetas, marrones... Yo realmente no he aprendido eso. Odiar o amar. Feliz o infeliz. Sueño o pesadilla. Eso me ha traido tantos problemas... Hasta el punto de que la gente lo aplica conmigo: o se me odia o se me ama. Pero ambas cosas mucho. Supongo que es bueno no provocar indiferencia.

21 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (II)

Tras varias horas de incertidumbre, peleas en idiomas extranjeros, faroles,insultos y mucha mucha desesperanza, un autobús con destino a otro país nos acogía, para llevarnos a otro aeropuerto donde facturemos de nuevo nuestras maletas y quizá lleguemos a buen puerto. Dos horas de viaje por carretera, incertidumbre y sueño, muchos pensamientos y escuchar conversaciones ajenas... “Tú me hiciste ver que querías algo conmigo.” Espetó él. “Tú quisiste ver que yo quería algo contigo” dijo ella. Ella dormía en mi hombro, yo no conciliaba el sueño, sólo pensaba en que mañana no podría ir a trabajar, estaría molido. Tantas excusas y sin embargo tan ciertas. Ya no sabía que era verdad y que no. No me creía que en el 2008 jugaran contigo cual marioneta y ni siquiera un lo siento. Así es la jungla, habrá que acostumbrarse.
¿Alguna vez te has parado a escuchar lo que otro que tienes al lado dice? Algunos dirán que si este es un desconocido, lo que estás haciendo es espiar la conversación del otro. Yo aprendí mucho de esas dos personas que durante dos horas seguidas, discutieron, hablaron, se echaron en cara miles de cosas, y finalmente, no acabaron juntos. No se como llegaron a ese lugar, a ese país, sólo ellos dos, simplemente amigos que sabían lo que cada uno sentía del otro. El uno la desesperación del intentarlo y sentirse rechazado, la otra la incomodidad del dar un no, con múltiples excusas encubiertas sin decir la verdad por no herir al otro. Realmente era un relato apasionante. Sólo por una amistad (que por lo que oí era bastante reciente) ellos estaban en ese sitio y viviendo todas esas desventuras que yo vivía con mi pareja. Y pensé lo afortunado que era de estar ahí acompañado, poder abrazar a alguien y no tener miedo de sentirme rechazado, saber que el abrazo era correspondido.
¡Cuantas veces me rechazaron! Bastantes. Cada vez que me “enamoraba” (si se puede usar ese verbo) me daban una patada en el culo vestida de miles de halagos del tipo: si eres genial, si no te mereces alguien tan mala como yo, si es que no es el momento adecuado, si es que... en realidad, desde fuera, escuchando a estos dos me di cuenta de que todo en la vida en estos aspectos es una farsa. Es un baile de caretas, en el que gana el que mejor engaña. Una vez conseguido el botín ya habrá tiempo de quitarse las caretas. Y la cosa resultará o no, pero el objetivo estaba cumplido. Cada día lo tengo más claro.
En este pedazo de relato también hablo de mi miedo ante el que dirán en el trabajo. Me daba la sensación de que como a un niño en el colegio le riñen eso harían conmigo. Que me movía en un mundo de adultos pero que ellos no querían comprender que realmente me iban mal las cosas. Estoy tan acostumbrado a ver como la gente miente, que cuando pongo yo una excusa, creo que los demás pensarán que miento. ¿Cómo hacer creible las penurias? El cuento de Pedro y el lobo está muy metido en nuestra sociedad, ya se sabe: el que no llora no mama. Está instaurado. Y yo siempre tuve miedo a que alguien me considerara un caradura, pues es uno de los roles que más odio en el mundo. Por eso tenía miedo, miedo al que dirán, como siempre en mi vida. Esa es mi principal limitación. Lo tengo claro.En esa “jungla” de intereses a nadie le importaba donde estuviera yo, darme una explicación, hablarme claro; seguir mis reglas, es lo único que pedía. Pero mis reglas no son las reglas del mundo. Quizá me muevo en parámetros inadecuados. Muchas veces siento que las básicas normas de cortesía que yo considero – el “no molestar”, el “respeto y distancia al otro”- eran vulneradas y no entendidas por nadie. Se nos faltó al respeto. Nos hicieron perder varias horas de nuestra vida y nadie nos dio una explicación. La jungla...

20 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (I)

Eran las 6 de la tarde, estaba perdido en medio de ningún sitio, en un aeropuerto, con una niebla que no me hacía ver más allá de mi propia nariz. Ella me acompañaba, pero no me acompañaba más que en su presencia, pues no me apoyaba. Al contrario, estaba helada, como yo lo estaba.
Llegó la hora del embarque y ahí no se movía nadie, nadie en el mostrador, nadie en el aeropuerto nos daba una respuesta. La hora de partida del avión y todo eran rumores, que si una huelga encubierta, que si nos quedábamos ahí dos días más, que si el aeropuerto no tiene luces de niebla, que si mi primo tiene un amigo que tiene un sobrino que el perro le ha dicho al gato que los aviones con niebla no vuelan...

Ella estaba presente pero ausente, dudo cada día, porque ella no me da la seguridad que necesito. Con ella todo es precariedad, todo tiene suma gravedad. Nos parecemos en eso, por eso, me daba tanto miedo seguir adelante, porque ella no me prometía algo a largo plazo. Me daba el presente, el momento. Eso que le pedí hace tiempo. Pero ahora tenía otras necesidades.
Las personas a veces simplemente necesitamos que nos den seguridad, ni sexo, ni amor, ni besos, ni conversación... simplemente algo a lo que abrazar y sentirnos seguros, algo que nos transmita ese “todo va a salir bien” de las películas. Eso me hace pensar que el hombre por si sólo no es nada. Que ahí está su fundamento de ser social. En que necesita del otro para sobrevivir, para no caer en la desesperanza y despeñarse.
Por otro lado, mi reflexión de mis días de viaje era algo así como “esto pasa en España y la que se arma”. Pues bien, fuera de España, en el primer momento compartido con españoles, se armó. Todo el mundo sabe algo. La gente es muy “lista”. Siempre tiene que dar su opinión, ¿dónde queda la prudencia? ¿dónde queda el respeto, el confiar en el otro? Aunque esta situación era indignante, los españoles estaban ya exaltados desde mucho antes. Vociferando aunque no pasara nada. Perturbando la calma que traía de Europa, el estilo europeo del que deberíamos empaparnos a veces en vez de querer hacer bandera del botellón, el lazarillo ladrón y de la ignorancia idiomática. Amo a mi España, pero no podemos quedarnos en Bienvenido Mister Marshall, y lo siento, pero así nos comportamos.
En esos momentos, sin embargo, recordé las leyes de Murphy, esa de “cuando crees que las cosas van mal, tranquilo, que pueden ir peor”.

08 febrero 2008

Cartas al lector/a

Gracias. Hacia mucho tiempo que no me sentía tan especial para alguien. Gracias porque contigo estoy redescubriendome, contando cachitos de mi vida a alguien ajeno a mi hasta hace poco y eso me gusta.
Gracias, porque tienes detalles que no mucha gente tienes, como digo: tienes cara de buena persona. Y además lo eres.
Yo que soy tan especialito, tan yo-céntrico que me creo que todo lo bueno y lo malo pasa por mi, y tú sin embargo, te estás interesando por lo que pasa por mi cabecita. Casí sin querer, pero lo estás haciendo.
Conocerte estos meses me ha hecho conocerme a mi también, y hacía tiempo ya que no me miraba a mi mismo desde fuera, y que a nadie contaba mi vida, pues todos la conocían en mi entorno. Esto puede ser el principio de una buena amistad...
Me siento activo y eso me gusta. Siento que todavía puedo sorprender a alguien, reirme con alguien y hacer el tonto. Me gusta todo eso pues ultimamente estaba un poco desesperanzado y gente como tú me está haciendo revivir y ver todo más verde, más rojo, más naranja... más colores de los que antes veía.
A mi la verdad me gustaría saber más de ti, de lo que tú sientes y piensas y no sentirme en una doble deuda contigo:
Una deuda que tengo contigo porque me dejas expresarme, porque me dejas abrirte el corazón y sin que pongas un solo pero.
Y una deuda que tienes tú conmigo porque yo te doy todo lo que se me pasa por cabeza, alma y corazón y no me dejas sin embargo, descubrir que tienes tú.

Me voy unos días, un viajecito para despejarse un poco.
Que me estoy volviendo loco en mi ciudad.

07 febrero 2008

Prisas.

Cuando el lunes todo era calma, hoy son todo prisas. Me voy de viaje este sábado y no tengo nada hecho. Un país desconocido, un idioma desconocido... me siento como si Tamara y su madre fueran a Groenlandia. Totalmente perdidas y nerviosas, con el ladrillo en el bolso por lo que pueda pasar.
Pues eso. Parece que todo se acelera y ahora no hay marcha atrás. No me doy cuenta de lo costoso que es organizar un viaje hasta que me meto realmente a ello. De hecho, muchas veces me gusta organizar cosas y no me doy cuenta de la magnitud de lo que realmente tiene ese hecho hasta que estoy dentro. Y yo que me defino como persona currante y organizada, me desarmo totalmente, lo dejo a la pereza, al “mañana será mejor día para hacerlo”. Cuando algo no te obliga, sino que lo tienes pendiente, es más facil dejarlo pasar. Eso me pasa con múltiples compromisos, los dejo pasar hasta el día que llega y o bien me entran las prisas, o bien quedo fatal ante las personas con las que me comprometí.
Me considero bastante voluntarioso, pero es cierto que he sido más fuerte en palabras que en hechos. Propongo teorías que seguramente son difícilmente realizables, y supongo que por mí en primer lugar, pues si no, no se entiende que no las realice.
Como decía un día es más fácil quedarse a gusto con tu propia mediocridad, que cambiar. Es más fácil decir “mañana será otro día” que decir “hoy es el día”. Es más fácil, esquivar el problema hacer como se dice en el mundillo “Brown Dispatching” (cómo me gusta este término) antes que asumir tu parte de culpa.
Por otra parte, ¡así va España! Estamos cansados de ver como uno trabaja y el resto mira, como asciende el más pelota, como cuando hay un accidente en la carretera o una obra todo el mundo se para a mirar. Ahora que han quitado El Tomate, aunque esto que voy a decir puede resultar poco ventajoso en este momento, estamos en la España del Tomate. Preferimos mirar las miserias de los demás, en lugar de algo que nos haga crecer... vamos, yo el primero, de nuevo: culpable.
Bueno, me estoy desviando del tema... en mi vida, no se si contagiado por la dinámica de este bendito país (del que por otra parte estoy totalmente enamorado) o por mi propia dinámica estática en la que me ahogo en un vaso de agua. ¡Yo que me considero un paradigma del trabajo, del currito puro y duro! Pues va a ser que no...Bueno, como siempre, tampoco hay que exagerar... en las prisas: busquemos la calma. Busquemos ante la desesperación la esperanza y como digo siempre (teoría no cumplida): con trabajo y un poco de buena suerte todo se puede conseguir.

04 febrero 2008

La vida tranquila

No hay nada como pasar un fin de semana alejado de la gran ciudad para abandonar tus “novedosos” pensamientos de urbanita y recuperar las viejas y olvidadas costumbres de la vida tranquila.
Cada vez que paso un tiempo lejos de Madrid redescubro múltiples pensamientos que se me pasan mucho por la cabeza y que se vuelven a olvidar en el momento de pisar el asfalto.

Descubro...
Descubro que no es la única vida, el único pensamiento el de la ciudad. A menudo tengo en la cabeza que lo que aquí vivo es lo que todo el mundo vive. Que la gente vive lo mismo que yo, ve en la tele lo mismo que yo, tienes preocupaciones similares... y cuando me alejo de la ciudad me doy cuenta de que hay otras preocupaciones, otros ritmos de vida, otras ideas en la cabeza...
Descubro que hay que saber vivir con lo que tienes, con esa tranquilidad del que puede ser feliz con poco. No es conformismo, es disfrute. Nos pasamos la vida deseando cosas y no sabemos degustar lo que nos toca vivir en cada momento. Cosas tan sencillas como respirar, como comer una buena comida, como jugar al fútbol para pasar el rato, una partida de cartas... son esas cosas sencillas las que me hacen sonreir y no necesito nada más. ¿Por qué siempre nos andamos quejando?
Descubro que en un paseo uno descubre el mundo, las gentes, los lugares más bellos... y que paseando descubres cosas de la vida, y que paseando disfrutas de ella, y que de nuevo, no necesito nada más para ser feliz. Y que el frío no me arruga para poder pisar y dar un paso más, ya que habitualmente doy un paso rápido cual galope de caballo con los ojos vendados... y cuando corro por la vida no me doy cuenta de nada, y cuando no corro, sino que paseo, disfruto del instante, disfruto hasta del aire frío.
Descubro que el camino de la felicidad pasa por la bondad del campesino. Que nuestras posturas habituales de ejecutivo agresivo nos alejan de la felicidad, nos alejan del que tenemos al lado y lo que de verdad nos acerca al otro, es la vida sencilla, con poca cosa...

Olvidé, en mi lista de cosas que tengo que hacer al menos una vez en la vida, que al menos una vez debería vivir allí, alejado de las prisas.

Cada vez que voy al campo, vuelvo renovado. Vuelvo pensando, que quizá sería feliz ahí toda la vida...
Sin embargo, mi vida está aquí y la echaría mucho de menos, pero me vendría muy bien vivir aquí al estilo de allí.