28 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (VI)

Buscamos el coche, sin éxito, y lo dejamos para el día siguiente, o para que la policía lo encontrase perdido. Dormí apenas 2 horas, daba vueltas: el coche, el viaje, mi padre... sobretodo eso, mi padre, no se puede seguir así. Tenía que cambiar eso. Mi ídolo ahora era un guiñapo, una sombra de el mismo. Llamé al jefe, no podía ir a trabajar tras esa noche. Tenía mi coche perdido. Y a mi padre, perdido, pero en su cama. Hablé con él, le dije que no podía seguir así, que iríamos al médico, que se acabó la cerveza. Nunca sentí tanta indiferencia como la que él me dio. Él no tenía ningún problema. Al menos eso decía. Llamadas de desesperanza, nadie sabe nada. Intentar retomar mi vida anterior. Mal día para hacerlo. No tenía ganas de comer. Conversaciones con la gente: esto no podía seguir así. Me tocaba coger la responsabilidad que durante años había esquivado. No quería ser adulto, quería ser niño y jugar con mis Lego, y sobretodo sentarme en las rodillas de mi padre...
Todavía recuerdo el dolor de cabeza de ese día. La incertidumbre de verte sin nada de la noche a la mañana. De pensar que tienes las cosas perfectamente ordenadas y ver que en realidad todo es tan frágil... todo el universo esta en un equilibrio imposible para que todas las canicas que llamamos planetas giren perfectamente. Esta es para mi una prueba inequívoca de que hay un Dios: que el equilibrio se mantiene y es porque está Él vigilando las canicas para que todo vaya según lo previsto. Para que todo ruede, para que las cosas marchen.
Sin embargo, en ese momento la pequeña parte del mundo que a mi me tocaba se resquebrajaba sin que nada pudiera hacer para evitarlo. Todo entraba en desorden. Y a mi no me gusta el desorden en mi vida, me pone histérico, me inmoviliza para lo útil. Y no sabía que hacer para remediarlo.
Él ante mis palabras mostró indiferencia... ni una pizca de ayuda al que sufre por él. No había creído nunca que alguien no fuera consciente de sus problemas, que no se diera ni cuenta de que algo pasaba. Pero es real. Lo tenía delante mío. Y mi sensación era de impotencia... por un momento tuve ganas de partirle la cara. ¿Realmente alguien puede ser capaz de estar mal y pensar que todo va bien? Eso si que me preocupa y no lo que tenga. Ayer se lo dije: uno tiene que ser consciente de sus propios límites, sentirse limitado, caer para aprender, bajar a los infiernos para entonces sí, subir a los cielos. Para curarse uno tiene que primero darse cuenta de que está enfermo.Ante esto, yo y mi carácter, sólo podemos rebelarnos ante algo que realmente me parece que desafía a la lógica, a la dignidad humana como es que tu propio cuerpo diga no y tú digas sí. Por eso pierdo la paciencia y pensé en esos momentos en mis días en Cantabria en aquél caserón en el que mi padre y yo eramos uno. Y donde estarán esos tiempos y esos recuerdos... tan perdidos... ¿habrá olvidado todo aquello?

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