24 marzo 2008

Vuelta a la realidad

Siempre, tras unos días de tranquilidad y pensamiento relajado, llegar a la realidad es muy duro. Te chocas contra algo que no esperas: el gran muro de la verdad.
Tras haber “resucitado” vuelves a tu día a día, a tu Galilea natal. Y ahí es donde te enfrentas al monstruo de la indiferencia, las prisas, la inconstancia, la imperfección...
Vuelves a tu casa y los mismos problemas olvidados siguen ahí, un padre enfermo, una madre que no te entiende, una novia que te exige más cada día, unos amigos que reprochan tu ausencia, una falta de un minuto para darte una ducha, unas piernas cansadas que avanzan por costumbre,... la paz deja paso a la discusión, la calma a la tensión, el mundo de la piruleta en definitiva deja paso al mundo de carne y hueso, o mejor dicho de piedra y hueso. La carne, la sangre, el corazón quedan a un lado de nuevo.
Una hora en Madrid (la ciudad que sin duda amas tanto como odias) es suficiente para perder el juicio una fracción de segundo y gritar al viento: “¿Por qué no es todo como he soñado?” Evidentemente, no grito al viento eso, pero si grito otras “líndeces” impropias de este blog en el que me hago tanto el interesante. El contenido en el fondo es ese: ¿por qué es tan diferente lo que uno planifica de lo que uno vive? ¿por qué la felicidad es cada vez más una cuestión de segundos más que un estado constante? ¿por qué desesperarse es más fácil que tomarse las cosas con calma?
Perder la paciencia es muy fácil para mi. Me caracteriza bastante. Mucha gente me lo dice: que si soy muy quisquilloso, muy exigente, muy perfeccionista, picajoso, estructurado... también me han dicho que en mi vida el ideal mata la realidad. No lo dudo.
Considero que los últimos años estoy siendo feliz, pero a veces puede más un mal día que cien buenos. Y no se porqué. Porque no tengo motivos para quejarme, me siento y soy muy afortunado. Sin embargo, aún yéndome bien las cosas, pido más a la vida y cuando veo que alguien me saca de mi camino trazado soy capaz de todo, de todo lo peor. De decir y hacer cosas que no siento para nada, incoherentes para mi vida... pero son la fracción de segundo que mi mente se nubla, por enfrentarme a la realidad.
Vivir eternamente en el mundo de la piruleta no es solución, al menos no la mía, porque sería cobarde. Sin embargo, pretendo hacer de mi mundo un poco más piruleta, aunque en mis actos haga cosas bien distintas...
¿Qué puede más? ¿El corazón o la cabeza? ¿La carne o la piedra?

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