16 julio 2008

Un paseo por el paraíso.. (II)

Íbamos bajando ya. No era el esfuerzo que te deja sin aliento de la subida. Todo montañero lo sabe. La subida la marcan tus piernas y tus pulmones. La bajada la marca tu constancia y tu técnica, tu aguante y tu paciencia. Daba el sol, como era de esperar. El grupo estaba cortado. Una vez alcanzado la cima en bloque, las bajadas, por aquello de la ausencia de esfuerzo físico, relajan nuestra moral y nos separan. Es más un sálvese quien pueda. Un dejarse llevar. Y unos se dejan llevar por el miedo y otros se dejan llevar por el atractivo del precipicio. Yo todavía me encuentro en un punto medio: entre la prudencia y la temeridad. Con los años voy siendo más temerario. En estos días en el paraíso me he dado cuenta.
Encontré a la viva estampa del miedo en montaña. Miedo no al precipicio sino a que una pierna debilitada tras varias operaciones sufriera un nuevo infierno. Pero no estábamos en el infierno sino en el cielo. Comencé a hablar con él, de otras cosas: de su vida, de sus estudios, de sus vivencias... la verdad que no fue una conversación muy intensa. No más de 100 palabras en 10 minutos. Pero yo sabía bien que él pensaba en otras cosas en esos momentos y le quería distraer. Aunque simplemente fueran esos instantes en los que sí articulábamos palabra. Sentí que estaba haciendo algo bueno por él.
Llegamos a una parada. Un refugio pequeño en medio de la montaña. Se sentó y se quitó su rodillera. Yo me tumbe al sol. Disfruté del momento. Me sentía lleno.
Al día siguiente temprano comenzamos una pequeña subidita. Aún con el desayuno en la garganta me decidí a profundizar en la vida de otro compañero de camino. En este caso sí que me dio mucha más conversación que mi anterior objetivo. Le saque sus preocupaciones y me pidió opinión y consejo. Me abrí tanto como pude.
Y digo tanto como pude porque poseo informaciones confidenciales que no deben ser dichas en cualquier foro, para no “manejar” el entorno a mi antojo. Es decir, a veces uno debe aprender a callar para saber hablar. Además, escuchar no me vendría mal de vez en cuando. Creo que le consolé y le animé para seguir adelante en los nuevos retos que se le presentaban en su vida. Aunque sólo fuera por estas dos conversaciones, ya el camino hubiera merecido la pena. Pues allí estaba de nuevo Él. En medio de nosotros. En medio de mis ansias por saber o de mis ganas de animar. En el compañero de camino de la montaña. Una montaña que es como la vida, muchas veces caminas sólo y otras muchas acompañado.

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