15 julio 2008

Un paseo por el paraíso.

Eran las dos de la tarde y el sol pegaba fuerte para ser la hora que era. Subía hacia mi próximo objetivo. Subíamos. Ella no podía más y la cogí la mano, aunque sólo fuera para acompañarla en la subida. Yo también me quedaba sin aliento. Me estaba insolando. No tenía nada con que taparme la cabeza. Poquito a poco fuimos subiendo. Olimos a vaca pero no la vimos. A lo lejos un ave rapaz surcaba el cielo. La nieve de las montañas más lejanas configuraba una bonita estampa. La postal desde arriba de nuestras cabezas era preciosa.
Seguíamos subiendo y ya casi galopábamos. Ella se paro, necesitaba un respiro. Se lo concedí. Era el último aliento antes de coronar. Estábamos muy cerca la insistía. El objetivo estaba delante de nuestros ojos. Un ultimo esfuerzo e hicimos cima. Con todo el grupo, sin separarnos. Grandioso, una subida perfecta.
“Chavales, esto está hecho, estoy muy contento y orgulloso del esfuerzo que habeis realizado” les dije. Era totalmente cierto. Jamás había tenido compañeros montañeros como ellos.
La comida en la alta montaña era un bien que para mi podía demorarse horas, como ir al servicio, como quitarme las botas, como curarme y lamerme las heridas. Era secundario.
Arriba mi prioridad era otra. Un 3000 a un lado, un paso nevado a otro, a mi espalda dos picos gobernaban la sombra y a su lado el pequeño paso que afrontaríamos al día siguiente. Era majestuoso.
Me senté durante unos minutos a observarlo todo. Un burro se acercó a mi. Le acaricié y vi como tenía un liquido azul en la cabeza, supuse que para sus chinches por como se sacudía. Era bello, precioso... creación divina.
El panorama alrededor mío era de gente en movimiento, activa... pero a mi me daba igual. Yo estaba en la gloria. Dormir a 2000 metros no lo hago todos los días. Los conformistas querrán dormir a 0 metros, a nivel del mar en su casita de la playa. Mi ambición sin embargo es dormir cuanto más arriba mejor. Casi tocando el cielo con mis manos, con las nubes por debajo como tuve una vez.
Y sentí que en ese paraíso natural no me hacía falta nada más. Que me tiraría horas observando el paisaje como el chiquillo mira la maqueta que recién terminó, como el padre mira al hijo que engendró,...
Y me siento agradecido por estar allí. Agradecido de vivir esa experiencia humana de pequeñez ante tanta grandeza y sin embargo de respuesta decidida ante la adversidad. Mi esfuerzo me había costado.
Ese día te sentí allí. Ese día sabía que eras Tú quien estaba al mando. Ese día los engranajes del mundo cobraban sentido. Porque estabas Tú en medio de ellos.

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