17 septiembre 2008

Abandonado.

Así tengo el blog. Como mi vida. Últimamente me dedico de nuevo a no pensar en nada. Tengo la mente llena absolutamente de “la nada”. Prefiero tenerla así muchas veces. Así no están las preocupaciones acerca de cómo me estoy equivocando laboralmente y no pienso en aquello que debería haber sido. Así no surgen las dudas de cómo tirar mi ímpetu y talento por la borda. Especialmente el primero. Mucha ilusión inicial pero descubro cómo en mi vida, cada vez más, soy una persona que se desesperanza rápidamente, que no asume los compromisos a largo plazo, sino que necesita resultados positivos, que digo positivos, necesita resultados inmejorables, perfectos, para poder darse por satisfecho, para poder ser feliz.
Y por eso, porque no alcanzo los objetivos, me frustro. Y por eso, prefiero estar abandonado, pasota, dejado, a la deriva, en barbecho... como lo quieras llamar.
¿Y es malo? Yo creo que no. Yo creo que es un estado en el que todo el mundo pasa el 90% de sus vidas. La propia vagancia de las personas les lleva a este estado. Las pocas ganas de complicarse.
Yo personalmente creo que muchas veces pienso demasiado y otras demasiado poco. La gente normal pasa la mayor parte del tiempo pensando lo estrictamente necesario y poco o nada el resto del tiempo. Yo quizá me paso de listo en ocasiones... y otras soy extremadamente simple.
Como creo haber dicho alguna vez, mi vida ha sido normalmente un poco tremendista: o lo veía todo blanco o lo veía todo negro. No hay escala de colores en medio. Ni siquiera una triste escala de grises. Sólo estaba lo bueno y lo malo, la alegría y la tristeza. Creo que con el tiempo voy serenando esta postura. Aún así, sigue habiendo “bipolaridades” en mi forma de vida.
Hace unos años aprendí a vivir abandonándome. Hasta entonces todo eran decisiones, muchas de ellas precipitadas. Muchas de ellas erradas. Ahora sigue habiendo estas decisiones, pero hay un planteamiento sereno detrás de ellas o dejo algunas decisiones en la recámara durante un largo tiempo. Creo que desde que aprendí a vivir así, soy un poquito más feliz.
En mi vida hay un contraste curioso: me encanta pasear cuando espero a alguien, me gusta llegar pronto a los sitios y pasear tranquilamente, no me importa estar sólo o esperar a otros. Pero sin embargo, cuando se trata de mi propia vida, no soy paciente, no puedo esperar más de 1 segundo... soy intranquilo, nervioso, angustiante.
Ahora estoy en ese periodo: ni se si quiero estudiar más, ni si quiero otro trabajo, ni si quiero irme de viaje o comprarme un coche... no se nada y me dejo llevar.

Tengo la sensación de aquel que habita en una sala de espera de hospital. Sabe que tarde o temprano llegará su momento, pero no sabe cuando. Sabe que algo va a pasar, pero no sabe qué. Sabe que está allí conscientemente y porque quiere, pero le gustaría estar en otro lado. Sabe que está esperando, pero no está tranquilo. Y además, no quiere decidir, prefiere que lo haga el médico por él...

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