22 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (III)

Llegar a mi casa era mi obsesión, fue llegar al nuevo aeropuerto y montarme en el avión, corriendo, como fugitivos en una correría nocturna, pero en un aeropuerto cerrado a cal y canto. Otro idioma y otro trato del personal de la compañía asqueroso. El vuelo transcurrió sin problemas, la extranjera que tenía al lado tenía un algo, que me hacía mirarla compulsivamente.
Ganas de cambiar simplemente. Al llegar a mi aeropuerto suponía que se acababan mis problemas, respiré aliviado. Nada más lejos de la realidad. Mi padre, cada día más viejo, más senil, más despistado, había cogido el coche para recogerme –bonito detalle- pero sin más ayuda que su propia mala cabeza.

Uno siempre desea lo que no tiene. Te provoca un extraño placer. Llevaba 5 días con mi novia y no había tenido ningún problema. Sin embargo, yo soy realmente insaciable, una maquina... siempre lo digo: me encantan las mujeres. No puedo dejar de mirar. Puedo ser fiel, eso creo que ya me lo he demostrado a mi mismo incluso, pero no podré dejar de mirar a otra mujer y sentir algo, aunque sea simplemente atracción, pensamientos raros, morbosos, de todo tipo... a veces pienso si esto es un problema o es normal. Supongo que depende de a donde te lleve todo eso... si eres capaz de hacer cosas de las que luego te arrepentirías, supongo que es malo. A mi no me ha llevado a ningún sitio donde no haya querido. En ese sentido, todavía me controlo.
El miedo existente es el de perder todo por un momento de locura. Un amigo mío tuvo ese momento y consiguió meses más tarde recuperar lo que realmente quería. Pero, nunca sabes cual es el camino correcto. Siempre corres el riesgo de saber que es lo otro, y si te estás perdiendo algo mejor. Yo supongo que en ese caso, mejor que el miedo atenace las piernas... porque mejor malo conocido...
Mi padre. Supongo que no fui consciente de sus problemas hasta esa misma noche. O al menos de hasta donde había llegado. Había malvivido durante los últimos años, había bebido mucho, no había hecho deporte, había perdido sus amigos, había olvidado sus hobbies y todo aquello que le gustaba. Supongo que si yo tuviera esa vida no sería muy feliz. El no parece muy feliz. El parece más bien infeliz, que cada día que llega al sillón de casa espera las horas hasta irse a dormir. No tiene objetivos más allá del mismo día... y además, no le preocupa no tenerlos.
Era un conformista y por eso, yo nací rebelde, intranquilo, perfeccionista... en contraposición a él, en contra de esa vida sin aspiraciones. Por eso, yo no puedo renunciar a los ideales que matan mi realidad y me hacen infeliz. Son dos caminos de infelicidad: el primero no tener objetivos en la vida y dejar pasar los días sin más, el segundo es buscar tener sueños y llorar cuando no salen. Ese dilema también lo tengo presente en mi vida.Me doy cuenta de lo dualista que soy en mi vida. Recuerdo que me dijo alguien alguna vez, de que la vida no es blanca ni negra, sino que entre ambos hay una infinita escala de colores: de rojos, verdes, naranjas, amarillos, violetas, marrones... Yo realmente no he aprendido eso. Odiar o amar. Feliz o infeliz. Sueño o pesadilla. Eso me ha traido tantos problemas... Hasta el punto de que la gente lo aplica conmigo: o se me odia o se me ama. Pero ambas cosas mucho. Supongo que es bueno no provocar indiferencia.

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