25 febrero 2008

Las 24 peores horas de mi vida. (IV)

10 años trabajando en dicho aeropuerto parece que no sirvieron para nada. No somos nadie. Desobedeciendo todos mis consejos mis padres se habían propuesto acabar el día a lo grande. El móvil de mi padre no estaba encendido, craso error en la era de las telecomunicaciones. Una hora esperando desesperado, pensando en lo peor. Cogimos un taxi y fuimos a casa. Pero no le podía dejar tirado... llamé a un vecino, 3 de la mañana ya, y corrimos al aeropuerto. 26 llamadas perdidas de mi madre a mi padre. El número de lagrimas derramadas no son tan fáciles de contar. Vueltas y vueltas, carreras, sustos, gente que no te quiere ayudar, y gente que te dice: “¿todavía no le has encontrado?”. Y poca esperanza: “yo no quiero ser pesimista pero sin quererlo me pongo en lo peor... 3 horas y no ha llamado a nadie, no se le ve por ningún lado...” No aparecía por ningún lado y desesperanzados nos dirigimos a denunciar su desaparición...
Hoy este relato quizá no tenga sentido, pues yo se como acabo el día. Pero recordar esos momentos me hace tener dos sentimientos: ira y pena.
La ira es propiciada por mi propio egoísmo. Por el egoísmo del sentir que no te hacen caso, de sentir que están en otro planeta al tuyo. Del sentir que si uno no hace las cosas por sí mismo, no salen bien. Es auténtico egoísmo, propiciado por la desconfianza en los demás. Como si los demás tuvieran que pasar por tu filtro de corrección, que define lo que es bueno y es malo, lo que vale y lo que no,... un extraño juez del bien y del mal. Esa ira me hace pegar gritos, vocear, llorar, descontrolarme por completo. Ira por sentir la impotencia de no poder hacer nada ante lo que se ha hecho mal. Tantas veces digo eso de “si yo fuera tú, si yo hubiera actuado, yo habría hecho...”. Fácil decir, difícil hacer.
La pena se siente porque la situación era realmente dramática a la vez que esperpéntica. En pleno siglo XXI con todas las facilidades que tenemos, con los avances que hay, dos personas estaban parcialmente perdidas buscando a otro totalmente perdido. Y además, conociendo la situación de la persona totalmente perdida, que estaría desubicada, incapaz de dar señales de vida porque no se le ocurre, le pasaría cualquier cosa, pues su cuerpo no es lo que era, y su cabeza aún menos... realmente, pena por saber que tu padre estaba dejando de ser tu padre. Y pena porque sabiendo esto, no sabías donde estaba.
Por otra parte, recuerdo el sentimiento de indignación que tenía porque la gente no mueve un dedo por nadie. La verdad quiero ponerme en su lugar para saber como reaccionaría yo ante una persona desesperada por encontrar a su padre como yo. Nadie en el aeropuerto me echó una mano. Hubo gente que al menos se interesó, pero viajeros. Ningún trabajador del aeropuerto quiso saber nada de mi historia. Ni siquiera accedieron a que yo les diera un número de móvil por si acaso le veían. Es indignante que nadie, absolutamente ningún trabajador, ponga nada de su parte. En ese momento no tenía ganas de cargar contra nadie, pero realmente hay que ser indeseable para abandonar tus propias obligaciones, dedicarte a simplemente pasar la noche sin mover un dedo, pudiendo hacer un bien tremendo, hacer feliz a una persona desesperada. Realmente me di cuenta de lo hijo puta que es esta sociedad, con poquito uno puede hacer feliz a alguien, aunque sea con un gesto como algún viajero dándome tranquilidad y esperanza, sin embargo, quien debe tener responsabilidades, quien tiene más poder, no le importas. La caridad está en el pueblo, en lo llano, no en quien tiene responsabilidad. En mi trabajo me doy cuenta también de esto, que la ley del mínimo esfuerzo, del pasar de todo, está a la orden del día. Sorprendido estuve también... ¡qué de gente duerme en un aeropuerto! Había viajeros... pero había también muchos mendigos. Por un momento soñe con La Terminal de Tom Hanks... Mucha gente sin nada en un aeropuerto... un lugar de fluctuación, donde nadie es y nadie está, a nadie importas pues siempre estás... de paso.

No hay comentarios: